sábado, 28 de marzo de 2015

Vicente Sáez Vachss







«NUEVA YORK BAJO EL HORROR ZOMBIE»

Recuerdo la mirada de los zombies en aquella ciudad babilónica. Desde la avioneta sobre los grises edificios de New York se veía una inmensa olla humeante junto al río Hudson que marcaba la frontera con los distritos metropolitanos. En la ciudad de Manhattan había más de un millón y medio de neoyorquinos hacinados que se movían entre el terror y la supervivencia. Lo que más me impresionó de aquel infierno fue la mirada de algunos muertos vivientes. Permanecían durante horas mirando el horizonte con los ojos neutros, paralizados, sin pestañear. Eran resucitados que habían matado a alguien. Estaban de pie, inmóviles, al borde de las calles o sentados junto a los plásticos de los contenedores de basura bajo la lluvia. En su rostro no había expresión alguna que pudiera denotar cualquier sentimiento, ni siquiera de odio. Al entrar en la ciudad por la mañana los veías en esa actitud desde el furgón que se abría paso en medio de una multitud agitada por el hambre. Cuando abandonabas la ciudad a la caída del sol volvías a pasar por su lado y sabías que no se habían movido ni habían dejado de mirar un punto fijo en el horizonte de Manhattan durante todo el día.


En aquel infierno de muertos vivientes había otros ojos, otras miradas de miedo y de inocencia. Estaban también las córneas amarillas de miles de supervivientes que agonizaban en los refugios improvisados, la melancolía en la mirada de algunos ciudadanos mugrientos, la resignación animal de innumerables familias que veían morir y resucitar a sus seres queridos; sin lágrimas se veían obligados a exterminarlos de un tiro en la cabeza o descuartizándolos. Ellos sabían que los resucitados habían muerto «de verdad», cuando sus bocas de pronto habían dejado de masticar y sus manos de arañar. Entre todas las miradas no había ninguna que fuera tan terrible como la de aquellos supervivientes que atisbaban sin pestañear un punto en el horizonte por encima de la infecta marea zombie.


Entre aquellos refugiados había una persona todavía de ojos puros. Se izó sobre las ruinas y miró hacia la avioneta. ¿Qué pensamientos invadirían su cabeza mientras nos veía alejarnos? ¿Qué esperanzas de supervivencia albergaba dentro de su corazón? ¿Al final acabaría convirtiendo en un zombie de mirada perdida?
Nunca llegue a saberlo.

© Copyright 2015 Vicente Sáez Vachss

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